Me llamo Tomeu, soy querido y muy importante
Cuando ya has dejado de esperar nada y la vida se convierte en aquella línea plana que en la pantalla de un hospital anuncia la muerte del paciente.
Dicen que la muerte es el cese de la respiración y el latido del corazón pero no es así, la muerte puede comenzar mucho antes…
Fui un buen cazador pero esto nunca me sirvió de nada ya que nada gané.
Mi vida pasó ligada a una cadena, un mundo delimitado por el espacio máximo que deja una cadena de hierro, un árbol, dos árboles, tres árboles y la existencia enclavada en uno de ellos. La noción del tiempo desaparece, la monotonía sólo queda truncada por un anciano que, desde la distancia, de vez en cuando me tira mendrugos de pan duro, me los miraba pero ya ni los tocaba, sólo observaba su transformación, como se iban vistiendo de aquel azul-gris del moho. Aquellos trozos de pan no eran más que el reflejo de mi vida.
El sol implacable de los veranos, los inviernos gélidos, la lluvia, la dolorosa humedad de la tierra hacía tiempo que habían destrozado mis huesos. Era consciente de hasta qué punto la desidia y la crueldad humana podían inyectar en el ser un lento exterminio.
En este abismo trancurrían mis días, sin proyectar en nadie ningún interés, y como venimos a este mundo con los latidos contados yo veía los míos llegar a la meta, allí donde ni el dolor, ni el hambre, ni de hecho nada, tienen espacio en el sentir.
Pero una noche diferente de todas las demás, mientras los faros de los coches pasaban y se alejaban como siempre, uno de ellos se detuvo y, después de 13 años, comenzó todo. Piernas de personas, linternas, tenazas y una cadena oxidada rota para siempre. Aquellas piernas me subieron a un coche y me llevaron lejos de la miseria a la que puede condenar la raza humana.
Me preguntaba hacia dónde me llevaban? ¿Qué interés podía tener mi cuerpo desaliñado? Pero no sentí miedo porque nada tenía que perder.
Desde la ventana del coche aquel, el que se detuvo delante de mi vida, vi como mi mundo se iba quedando cada vez más pequeño, hasta que desapareció por completo.
Hoy ya puedo decir que he vuelto a nacer, tengo un nombre y me siento querido, una sensación extraña pero extremadamente agradable. No entiendo porque no me quisieron antes si yo soy el mismo, he descubierto que no hace falta ser útil para ser amado.
Esta carta va dirigida a todos los muertos en vida, para que nunca pierdan la esperanza.
Me llamo Tomeu, soy querido y muy importante
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